SANTO DOMINO.Los apagones han sido para los dominicanos como el talón de Aquiles, pues no hay quien se haya salvado de un “tedioso apagón”, mientras que la gran mayoría ha vivido entre “prendiones y apagones”, y es que este año 2020 no ha sido la excepción, con interrupciones en el servicio de energía como dicen por ahí, por un tubo y siete llaves.
Esto a pesar de que la “panacea” del pasado gobierno, la famosa planta a carbón, Punta Catalina, iba a terminar con estos para siempre. Así lo aseguró el pasado presidente Danilo Medina y lo dijo bien claro en su última rendición de cuentas, cito textualmente: “Se exterminarán los apagones, gracias a la instalación de Punta Catalina”.
Pero con Punta Catalina y sin Punta Catalina, los apagones fastidian a la población a todas horas, los siete días de la semana. Son, además, costosos y cuestionados, por la inversión realizada para construir las plantas, y el impacto negativo en el medio ambiente.
La inversión de Punta Catalina anda por encima de los tres mil millones de dólares, pagados a la empresa Odebrecht, acusada de soborno en varios países, y en el caso nuestro, se habla de 39 millones de dólares para la adjudicación de la termoeléctrica al cuestionado consorcio.
Lo cierto es que los dominicanos hemos tenido que tragar las mentiras de todos los gobiernos de los últimos 30 años y un poco más, en el sentido de que “azotarían” a los apagones, en vez de estos azotarnos a nosotros.
Un breve ejercicio histórico de las crisis que han afectado el sector, nos lleva al decenio de los 80 cuando se culpaba de las interrupciones al vuelo de chichiguas, cuyos cordones hacían contacto con los alambres del tendido eléctrico.
En el decenio de los 90 se puso de moda el término “capitalización”, que no es más que la inyección de recursos para recuperar un enfermo en unidad de cuidados intensivos llamado Corporación Dominicana de Electricidad.
Las versiones sobre el estado del paciente se basaban en la incapacidad de crecer sano y fuerte y la intervención de una mano “amiga”; y así comenzaron a aparecer las generadoras privadas como las salvadoras de la engorrosa situación.
Sin embargo, el problema persistió, a pesar de las inyecciones de dinero que recibían estas compañías, y que abultaba la deuda, mientras los apagones seguían “sacando la lengua” a la población, a través de las distribuidoras con un servicio de mala calidad y un cobro desproporcional.
El protagonismo, entonces, lo asumen las conocidas EDES, fruto de procesos manejados desde sectores público- privado, y cuyo papel desempeñado, de acuerdo a los usuarios, no ha sido el esperado. Las quejas llueven, así como llueven los apagones.
En estos días, las interrupciones han vuelto al escenario y la Punta Catalina ya ni se menciona. Poco importa si está cumpliendo con los megavatios prometidos o si está de vacaciones.
Estamos en plena temporada ciclónica, y los vientos provocados por tormentas tropicales y vaguadas, también pasan factura al viejo cableado eléctrico que transporta la energía.
Pero además, en estos días hemos sido víctima de explosiones tan severas que han sacado de cuajo el servicio entre 10 y 20 horas seguidas.
La más reciente, según el reporte de diarios, más de cien mil usuarios de Edesur fueron afectados por la explosión de un transformador. El restablecimiento, según Milton Morrison, gerente de esa Ede, tardó aproximadamente 12 horas.
En las redes sociales las quedas de los usuarios no paran, y no solo por los continuos apagones, sino también por las altas tarifas registradas en las facturas por parte de las empresas distribuidoras, y consideradas “abusivas, mientras la Superintendencia de Electricidad, Protecom y Proconsumidor, observan desde la acera del frente.
La crisis del sistema eléctrico afecta considerablemente el diario vivir, especialmente, el teletrabajo, una modalidad impuesta como consecuencia de la pandemia por coronavirus, entre otras importantes tareas de emprendimiento que se realizan desde los hogares.
