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viernes, abril 19, 2024

Acuerdo Abinader-Moïse y la historia de Haití mal contada

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Hace unos meses, en octubre del 2020, ningún mortal recordó en este país que se cumplió un nuevo aniversario desde que, en el mes del mismo nombre, en 1936, Rafael Trujillo ordenó perseguir a los haitianos habitantes en territorio nacional, y matarlos. Porque, así somos. No miramos nuestra historia. Ni aún la más reciente. Y es así como se arrastra a una nación hacia acuerdos informales no concertados.

Se calcula, hoy día, entre cifra y cifra, que Trujillo y sus hordas cargaron con la muerte de más de 10 mil haitianos, a “jacha y machete”. Trujillo y su cohorte de asesores y consejeros racistas y anti haitianos no resistieron la presencia de miles de haitianos pululando de manera “ilegal” en el país, dejados aquí por las tropas norteamericanas de invasión de 1916.

Aquellos de Trujillo eran consejeros. Pero hoy ¿se acude a los consejeros, si los hay, para adoptar mejores decisiones trascendentales que las de Trujillo, en la cuestión de las relaciones de la República Dominicana con Haití?

Trujillo fue hechura de los norteamericanos. Y los norteamericanos fueron los responsables por la masificación de residentes haitianos en territorio dominicano, sin ningún control. Los norteamericanos ocuparon militarmente el país en 1916, y una de las razones, la fundamental, fue la de dar protección a las propiedades norteamericanas en el país, básicamente tierras enajenadas por extranjeros y los ingenios de sus connacionales.

Sin lugar a dudas, los norteamericanos que ya tenían invadido militarmente a Haití al pasar sus botas a territorio nacional, incidieron aquella vez, y no han dejado de incidir al cabo de los años, para que los dominicanos miren hacia Haití, según la óptica de sus extraños, ambiciosos y exclusivistas espejuelos.

El presidente de Haití Juvenel Moïse y el presidente Luis Abinader
El presidente de Haití Juvenel Moïse y el presidente Luis Abinader

La nación dominicana es la nación dominicana. Hoy es la misma Nación que Haití dominó militarmente durante 22 años. Es la misma nación que un hombre de una mirada que trascendía el horizonte construyó con su talento y su liderazgo irrepetible, hasta morir en un camastro de refugiado en el exilio. Ese hombre dejó como huella indeleble la consigna de que esta Nación es libre e independiente de toda potencia extranjera. O de lo contrario, sería mejor que se hunda.

Acuerdo Abinader-Moïse y la historia de Haití mal contada

El cuestionamiento de si hoy el gobierno tiene los consejeros adecuados y coincidentes con el pensamiento de Juan Pablo Duarte, que lo orienten al mirar hacia Haití, es válido. Lo es, después de conocer que hace apenas unas semanas la jerarquía católica, otra de las grandes condicionantes que tiene el gobierno por delante, recomendó que las autoridades se asesoren cuando toman disposiciones en relación con el ministerio de las religiones. El problema haitiano es, tal vez, el mayor problema que tiene el nuevo gobierno sobre si mismo.

Haití es el mismo Haití que generó la primera revolución de esclavos negros contra el Poder blanco, en el mundo. Obtuvo su ejemplar liberación. Y a partir de ahí, confesó en sus textos más sagrados que esta isla que ocupa junto a la Nación Dominicana es una e indivisible. Los dos países son alas de un mismo pájaro, que diría uno de los desterrados gobernantes haitianos, acogido con mucha obsecuencia por los dominicanos como refugiado.

Sin hacer ninguna referencia al pasado, ni a ninguna legislación u ordenanza, el gobierno dominicano acaba de dar a conocer un comunicado, leído por el coyuntural Ministro de Relaciones Exteriores de la República Dominicana, Roberto Álvarez, teniendo como plataforma las alfombras del Palacio de Gobierno del país, referido a un acuerdo a que llegaron el presidente dominicano y el de Haití.

Lo comunicado fue un discurso sedoso, elaborado sin discusión pública alguna, aunque evidentemente concertado con el volátil y condicionado gobierno actual en Haití. Este discurso luce, además, muy obsecuente y hasta desconectado de nuestra realidad.

Cuando el vocero del presidente Abinader, el canciller Álvarez leía el documento, estaba de testigo ahí, , canciller haitiano que el último año se pasó nada menos que seis días en el país, en gestiones de su cargo ante el gobierno dominicano. En diálogos confidenciales con el gobierno dominicano. Ya antes, el canciller dominicano, Álvarez visitó Puerto Príncipe en un viaje anunciado como “no oficial”, en el que se encontró con altos funcionarios haitianos para tratar de cuestiones bilaterales, también al amparo del sigilo de la confidencialidad.

Y quién sabrá por cual razón, asoma a la memoria aquel comunicado firmado por Joaquín Balaguer, siendo Canciller dominicano de coyuntural, para confesar vergonzosamente que la matanza de haitianos de 1937 no había existido. Y junto a la firma de Balaguer estaba la del embajador haitiano de entonces, coincidiendo lo decidido por Trujillo y puesto a la firma de Balaguer, para testificar también que lo de la matanza de haitianos era falso. Se trató sólo de incidentes.

No ha sido un comunicado tan imprevisto como parecía. Es algo bien cocinado. No es que se lo inventaran Abinader y el haitiano Moïse entre las cuatro paredes de un cuartel militar dominicano en El Carrizal, destacamento Antonio Duvergé, en la provincia Elías Piña. ¡Loor a Duvergé, Centinela de la Frontera!

Es evidente, por demás, que es una literatura que no cita en parte alguna la franja legal, desde ninguna óptica en que se basa. Aunque Abinader insistió en escoger como tema de campaña electoral para aprovechar subir al mismo Palacio Nacional dentro del que se hacen los cómodos pronunciamientos mirando hacia los haitianos, la vigente Ley de Migración para quejarse de la masiva presencia de haitianos sin documentos legales que pulula en todo el territorio nacional.

Pero está claro que este lenguaje suave del gobierno para tratar la cuestión haitiana, en modo alguno, logrará pasar por encima del serio y centenario problema que viene soportando el pueblo dominicano, al tener que arrimar su hombro para cargar con la miseria y el atraso en todos los órdenes de esa empobrecida e incapaz nación vecina, con los magros recursos nacionales, y aupado por la misma histórica injerencia norteamericana que apuntamos. ¿Quién es capaz de dimensionar la masa de haitianos presente en el territorio nacional, siendo considerada esta presencia como la parte más pobre entre todos los pobres del país?

Previo al discurso Álvarez y Abinader, el presidente dominicano se hizo acompañar de una cohorte de militares, y nadie más, para arrimarse a la frontera domínico haitiana. Y allí, sin previo aviso, de manera también confidencial, se juntó con el actual mandatario haitiano Jovenel Moïse, en el punto donde nace el río Masacre, que llaman Artibonito, y que es larguísimo en Haití. El hilillo del Artibonito, unas boyas flotantes en unos lagos que se confunden en el territorio de ambos países, es lo único que divide esos confusos territorios, deficientemente deslindados, entre ambos países.

Referencia del electoralismo

El discurso de Abinader, ahora en la voz de su canciller, luce mucho más obsecuente contemplado en el trayecto de los distintos pronunciamientos que se escuchan por aquí. Fue el mismo Abinader quien se fue a la zona turística de Higüey, en septiembre del 2019, a quejarse por la presencia masiva de haitianos. Ah, fue un pronunciamiento de campaña electoral. Era el candidato del Partido Revolucionario Moderno (PRM), no el presidente del país.

Allí, exigió que el entonces presidente Danilo Medina cumpliera con la Ley de Migración dominicana. El pronunciamiento lo hizo para complacer el reclamo de dominicanos residentes en esa región, abrumados como tantos otros, por la presencia desorganizada de haitianos residentes ilegales. “No podemos echarnos encima las calamidades de ese pueblo hermano, cuya presencia irregular e incontrolada amenaza diferentes y esenciales aspectos en la vida de nuestros ciudadanos», dijo Abinader, aquella vez, agregando que al llegar al gobierno haría cumplir la Ley. Ya él es el Gobierno, y la Ley sigue siendo la misma Ley. Con sentencias del Tribunal Constitucional adosadas.

En forma específica, más luego, Abinader diría que “el país no puede asumir el coste que generan las mujeres haitianas que cruzan la frontera para dar a luz en hospitales dominicanos”.

Un año después, en diciembre del 2020, los cancilleres de República Dominicana y Haití firmaban un acuerdo para reactivar otro existente desde 1996, pero abandonado, cuando instituyó una comisión mixta de negociación. Esos ministros, uno de ellos el mismo que hoy leía un comunicado montado por ninguna comisión, pero sí firmado por el haitiano Moïse y el dominicano Abinader. Y leído con desparpajo cobre las alfombras que son herencias de Trujillo, en el Palacio de gobierno dominicano.

“Relaciones amistosas y de buena vecindad, para evitar tensiones y trabajar en pro de intereses comunes”, es la consigna que llevan como un sello, durante dura el actual gobierno de Abinader. Y en eso está. Su mejor testimonio es la obsecuencia hacia Haití, a todo lo largo del texto. Haití no encontrará en el universo mejor y más amistosa gente que la dominicana. Vecinos tolerantes en exceso que cultivan la tendencia a confundirse uno con otros.

 Roberto Alvarez lee la declaración conjunta
Roberto Alvarez lee la declaración conjunta

En paralelo, el actual gobierno ha dejado bien claro que todo lo que no vaya en sintonía con esa confesada suavidad hacia Haití, será una narrativa negativa. Con ello buscan quitarse de encima toda responsabilidad en eventuales conflictos o tensión que genere la presencia de los millares de haitianos residentes de manera irregular, poblando parte del territorio propio de la Nación dominicana. Teniendo encima el péndulo de la historia que se enseña a los militares en academias y cuarteles dominicanos a la hora de provocarlos para que comanden las estrategias de autodefensas de la nacionalidad dominicana.

¿Qué fue lo que aprobaron sin que se sepa asesorados por quién o quiénes, los presidentes Abinader y Moïse? El discurso de Álvarez o acuerdo de dos presidentes había sido preconizado por los dos presidentes. ¿Por qué no leerlo, allí, en el mismo cuartel de Elías Piña, sin prensa ni público, bajo la mirada recelosa de los guardias dominicanos que acompañaron en la ocasión al presidente dominicano? ¿Cuál es el protocolo que rige?

La obsecuencia de una firma en nombre de un país

El documento a dos firmas, tiene como primer punto el compromiso de Haití, imposible de cumplir para ellos, ya que no tienen un consistente Registro Civil, por incapacidad demostrada, de trabajar para identificar e inscribir “en el Registro Civil haitiano” a todos los ciudadanos de aquel país residentes en territorio dominicano. ¿Quiénes los van a ayudar? ¿Estados Unidos, Canadá, Francia? Francia tiene la obligación de costear con lo mucho que esquilmó a esta isla al momento de fomentar, junto a España, el desface de la historia en sus orígenes?

Los dominicanos van a cooperar “junto a otras naciones” para construir hospitales y otros centros médicos en Haití, en momentos en que no podemos con los centros similares. Tema de gran sensibilidad, dice el documento leído en Palacio.

Pactaron la apertura de negociaciones para la delimitación marítima entre los dos países, con la mayor rapidez posible. ¿Delimitación marítima cuando no está definida la terrestre?

Acordaron desplegar “tecnologías de vanguardia” que permitan eliminar el flujo irregular de migrantes, el tráfico y la trata de personas, el flujo de armas, el narcotráfico y el robo de ganado, entre otras actividades ilícitas”. ¿Con la red limpia norteamericana o con la red sucia de China?

Ejecutar un plan de capacitación que facilite la labor de ambos países para reforzar la seguridad y la vigilancia fronteriza. Para alcanzar esto cada nación colaborará con la otra en caso de que se construyan controles en todo el borde terrestre de la frontera. ¿Y no era esto lo que se hacía, cuando Trujillo estalló en ira, en la misma frontera, acicateado por los suyos? ¿Quién recuerda al general Horacio Vásquez, midiendo con una cinta para dimensionar y delimitar esa misma frontera, a principio del siglo pasado?

Cooperación a futuro en los campos de la energía, producción agrícola, la industrial, el combustible para cocinar y en los esfuerzos para frenar la desertificación. De todo como en botica, sólo que faltan los insumos que aportará la coyunta.

La misma enumeración de esta carga de buenas intenciones, que no es otra cosa lo del comunicado intergubernamental que comentamos: gas para que los haitianos cocinen, proteger la desertificación en el desierto haitiano, producción agrícola para Haití, campos de energía solar. ¿Y es que nada de eso ha hecho la Fundación Clinton, desde que están allí manejando los fondos donados para la reconstrucción de ese país, tras el famoso terremoto que los sacudió?

Exhortar a los haitianos a que creen productos biodegradables para no dañar el ambiente. ¿Qué renuncien a los plásticos? ¿Y nosotros, ya renunciamos a las fundas plásticas y los vasos plásticos de las tiendas y supermercados? ¿Cuál es nuestra producción biodegradable? ¿El carbón que producen los haitianos en nuestras propias fincas con nuestros propios árboles de los parques nacionales?

¿Frenar el contrabando de alcoholes, de ropas de pacas, de drogas, tráfico de humanos, en esa misma frontera donde ha sido imposible controlar el mercado de cada semana en los puestos fronterizos? ¿Acuerdo comercial comunico-haitiano, cuando allí, son las familias en Haití, y sus gobiernos los primeros que lo impiden movidos por sus propios intereses comerciales?

¿Construir una matriz de interconexión energética entre ambos países, poniendo en primer lugar la energía eólica, solar, la biomasa y la hidroeléctrica para facilitar el intercambio de excedente de energía de un país a otro?

Si a Abinader le hubiesen elaborado un decálogo, lo pudimos acoger como la tabla de Moisés, no de Moïse, con los diez mandamientos.

Pero no fue un decálogo. Fue menos que un novenario como el que los cristianos rezan a los difuntos recién idos. Lleno de buenas intenciones como sedante a un gran problema, tal vez, el mayor, que tiene el actual gobierno por delante, porque viene de lejos y es permanente. Y no hay un Juan Pablo Duarte que predique que es mejor se hunda la isla, antes que depender de las ordenanzas extrañas.

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