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jueves, abril 25, 2024

Compradores y vendedores de lealtad

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Existen diferentes interpretaciones en torno a la lealtad como valor humano. Por ejemplo, algunos la visualizan como una virtud que se desarrolla en la conciencia y que implica cumplir con un compromiso aun frente a circunstancias cambiantes o adversas.

Para otros, consiste en la devoción a una persona, a un país, a un gobernante, a una marca, a una empresa, a una institución, a un proyecto, etcétera. En esencia, la lealtad es sinónimo de ética, honestidad, integridad, moralidad, transparencia, respeto a la libertad de expresión del pensamiento y de inteligencia emocional. “La lealtad no tiene que ser sinónimo de imposición, ya que esta es una muestra de elección propia”. (Paulo Coelho).

Desde la mirada del pragmatismo, la lealtad es un valor que se aprende desde la niñez, el cual se manifestará en todos los escenarios de la vida humana: la forma de pensar, las relaciones sociales, el vínculo familiar, la afinidad laboral, la toma de decisiones, el estilo de comunicación, la madurez emocional con que se plantean las opiniones y puntos de vista.

Dicho de otro modo, la lealtad es una actitud ante la vida. Dentro de este orden de ideas, podría afirmarse que la lealtad como principio humano es una de esas cosas intangibles que no puede comprar el dinero. En definitiva, ser leal no significa dejarse guiar como manada y ocultar lo incorrecto a cambio de una cuota de poder, de privilegios y de otros beneficios tangibles e intangibles.

En estos tiempos, caracterizados por el relativismo, la crisis de valores y el culto descabellado y sin límites a la personalidad, en los que surgen individuos con poder social, político, económico y amantes de la megalomanía, hay que saber diferenciar entre la lealtad sustentada en principios y la que se apoya en intereses individuales.

Dentro de este marco, existen políticos, empresarios, burócratas, funcionarios de agencias públicas, dirigentes laborales, gestores de gremios profesionales, rectores de universidades, entre otros tomadores de decisiones, que erróneamente confunden la lealtad con sumisión y obediencia irracional. Los leales por intereses abundan en las organizaciones políticas, en las instituciones del Estado, en las empresas privadas, en los gremios laborales y profesionales, Es decir, pululan por todas partes.

 

Las personas que creen y practican la lealtad amparada en valores y principios, no justifican lo ilícito, no defienden lo indefendible, no ocultan la corrupción y la impunidad, no se hacen cómplices de lo injusto, no ocultan la veracidad de los hechos, se expresan con libertad, no confunden la verdad con la mentira, hablan  de manera asertiva, el miedo no los doblegas, conocen y asumen el costo de ser critico en empresas e instituciones gestionadas  por megalómanos y habitadas por colaboradores pusilánimes, no solapan las cosas malhechas, no tapan a los infractores de las leyes y normas. La lealtad ética, honesta y racional auspicia la crítica constructiva como medio para impulsar la mejora continua

En cambio, los individuos que solo son leales por intereses no son confiables, su comportamiento humano es similar al del camaleón, deciden y actúan como las manadas, sus movimientos son lentos y calculados como los del cocodrilo, sus mordidas son iguales que las de la serpiente marina de pico, tienen espíritu de piratas, irrespetan la verdad, su lealtad es con quien les asegure su cuota de poder, sus privilegios y beneficios.

Los que ejercen la lealtad por intereses callan cuando tienen que hablar, se tapan los ojos para no ver lo ilícito, sus lenguas se traban cada vez que intentan denunciar lo injusto que ocurre a su alrededor. En fin, son partidarios y creyentes del refrán popular: “A rey muerto, rey puesto”.  “Ser leal a sí mismo es el único modo de llegar a ser leal a los demás”. (Vicente Aleixandre)

Los leales por intereses asumen el “borrón y cuenta nueva” cómo filosofía de vida. Piensan, deciden, actúan y hablan de la misma manera que lo hacía el jefe de la mafia de Chicago, Al Capone. La verdad es que ni los que compran y venden lealtad son éticos, honestos e íntegros. Ambos suelen alimentar su hambre de poder igual que los parásitos.

Los abrazos y besos de los compradores y vendedores de lealtad llevan consigo la fuerza bruta y demoledora de los osos hormigueros y el veneno letal y sutil de Judas. Al fin y al cabo, la moral, la reputación, la credibilidad, la fama y la imagen pública de los que negocian con la lealtad valen lo mismo o menos que un huevo huero o una guayaba podrida.

Los entornos caracterizados por el miedo, la arrogancia, la prepotencia, la exclusión, la sumisión, el irrespeto a la dignidad humana, los privilegios irritantes, la indiferencia, el maltrato por pensar y actuar de manera diferente a los demás, así como la falta de equidad, de oportunidades, de transparencia y de justicia, es obvio que jamás podrán ser ambientes favorables para poner en práctica la lealtad basada en principios y valores.

Por el contrario, en lugares con atributos negativos y tóxicos como los mencionados, solo hay espacio para la lealtad ciega y por intereses. Son estas algunas de las causas por las que cada vez son más los leales por intereses y menos los que practican la lealtad por principios. No son desleales los que tienen coraje para denunciar lo ilícito, criticar las malas acciones y contradecir lo ilógico e irracional. Contradecir y desenmascarar públicamente a los deshonestos, jamás podrá ser catalogada de traición.

Con relación a la lealtad sustentada en los valores, los principios, la ética, la honestidad y la integridad, Paulo Coelho ha dicho lo siguiente: “No hay nada peor que aquellos que confunden la lealtad con la aceptación de todos los errores”. “La lealtad no se puede imponer nunca por la fuerza, por el miedo, por la inseguridad o por la intimidación.

Es una elección que sólo los espíritus fuertes tienen el coraje de hacer”. En definitiva, la lealtad jamás podrá producir los frutos deseados, si las personas que la reclaman son intolerantes, soberbias, controladoras, manipuladoras, megalómanas, mitómanas y egocéntricos. Los leales por principios son los que siempre realizan críticas constructivas, defienden la justicia y tienen la valentía de denunciar en cualquier momento, lugar y circunstancia lo que está mal, aun poniendo en riesgo su vida y sus intereses particulares.

Apropósito de las relaciones toxicas e hipócritas entre compradores y vendedores de lealtad, Eloy Garza González ha planteado que: “Así, en las multitudes gobernadas por melómanos, cada individuo no sólo acepta una creencia absoluta, sino que reprime a los disidentes que no la aceptan, porque cree que el resto de la gente quiere su imposición. A todas luces es un engaño colectivo”. (Pedro Arturo Aguirre, Historia mundial de la megalomanía, 2014.)

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