La República Dominicana está viviendo una etapa crucial, reconozcámoslo así.
El país como todo el mundo se enfrentan a la realidad de una pandemia generada por un virus infernal que nos asedia, nos enferma, nos mata. Es algo históricamente anormal para lo que no se tiene manera alguna para contenerlo.
La pandemia del COVID-19 es algo desconocido y estamos siendo incapaces de contenerlo a pesar de las iniciativas propias o importadas que conocemos.
Una secuela igualmente anómala a partir de esa rara pandemia es el caso triste y penoso de no poder enviar a las escuelas a más de dos millones de muchachitos que están urgidos de enseñanzas. No nos atrevemos a enviarlos a las escuelas porque no tenemos la forma de protegerlos de contagios y muerte.
La deficiencia de electricidad, mal ancestral consecuencia de nuestro atraso, se ha estado incrementando. No hay recursos suficientes para contener los apagones.
Este cuadro de causas penosas está destruyendo la economía del país.
Y podría sumirnos en una tristeza y depresión insalvable. Cosa que no ocurrirá.
Cada vez más, nuestro atraso en todos los órdenes crece. Y pareciera que un sino de otro mundo nos quiere destruir en paquetes.
Nos queda el recurso de la fortaleza de espíritu. La capacidad de andar solidarios y con buena voluntad, acompañado todo de sabiduría, inteligencia, de lo que es capaz el ser humano.
Nunca es más oscuro que cuando va a amanecer. Démosle pa’lante, sin pensar que la culpa es de otros. Ni de nosotros mismos.
Está claro. Seremos capaces de salir adelante, como tantas otras veces. Avancemos hacia el éxito.
