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viernes, abril 19, 2024

Nobleza obliga, doctor Rivera, doctor Arias

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Quien se proclame noble debe conducirse como tal. Esa y no otra es la definición que nos manda el diccionario de la Academia Francesa para la expresión “nobleza obliga”. Noblesse oblige.

Hacía mucho tiempo que entre nosotros no presenciábamos una acción de nobleza en el mundo de la política y entre protagonistas de la gestión pública. Acabamos de ver un protagonismo noble de doble vía.

El nuevo ministro de Salud Pública, doctor Daniel Rivera convocó, parece que, de buen gusto, a su antecesor en el puesto doctor Plutarco Arias, a una reunión pública ampliada con su gabinete. Arias acudió con mansedumbre pública. Ambos, cibaeños de buenas costumbres campechanas, acaban de escenificar un gesto de nobleza de doble vía. Desconocemos el origen de ese acto de nobleza.

Aclaramos, si es que vale la aclaración, que personalmente no conocemos a Rivera, ni a Arias, a no ser por la valía de sus gestos públicos.

El doctor Plutarco Arias, político partidista confeso, fue expulsado con violencia burocrática de un principalísimo cargo de Ministro de la Administración Pública que nos gobierna. Arias, con esa decisión expresada en la fuerza de un decreto presidencial compulsivo y sorpresivo, de redacción rara y sin explicación alguna, fue expelido del gobierno de su propio PRM y del presidente Luis Rodolfo Abinader.

Lo envolvieron, así, en un manto de culpabilidad presumida en medio de la nebulosa de un lío de jeringuillas sobrevaluadas que no habían sido adquiridas. O sea, el hecho causa de la eventual culpabilidad no se había producido. Al ser expulsado de esa forma, Arias lanzó un alarido de dolor más que justificado.

Arias, con ese decreto presidencial fue condenado en un juicio público inducido, pero no contradictorio, como manda la Ley sea tratado todo ciudadano, en nuestro país. ¿Quién redactó ese decreto y lo puso en el escritorio a la firma del principal Ejecutivo de la Nación? No lo sabemos. Pero alguien motivó esa acción del bueno de Abinader. Algún día lo sabremos, si es que hay alguna confesión de parte, como prueba.

El decreto de expulsión del médico Arias, para colmo de rareza, no estaba completo. Según la tradición burocrática, todo decreto que quita de su puesto a un funcionario, suele decir en acápite de ese mismo decreto, quién lo reemplaza en el cargo.

El ministro Rivera deberá esforzarse en hacer un buen trabajo. Que lo haga, no para caer en gracia de quienes elaboran decretos furtivos a la firma de un Presidente bueno, para sorpresa de todo público.

Publicamos este editorial, porque nobleza obliga. Y porque estamos escasos de buenas conductas humanas exhibidas. Además, porque en los rincones del Palacio de Gobierno que heredamos del tirano Rafael Trujillo y su fiel servidor Joaquín Balaguer, suelen esconderse intrigas revestidas de la tan necesaria ética de Gobierno.

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