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jueves, abril 25, 2024

Noche buena, no es Navidad; celebre y felicite todo lo que quiera

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Recuerda un individuo que cuando se casó con una niña de pueblo adentro, hija de hacendado, siempre que llegaba el 24 de diciembre, lo que ocurre cada 365 días, más o menos, tenía que recorrer largas carreteras para estar esa noche, en casa de su suegro hacendado.

El viejo bebía whisky, o cervecitas, según estuviera su ánimo. Contrataba un músico, con tambora de cuero de chivo y guira de lata. El músico bebía romo del malo. Y cuando terminaba una botella, la descogotaba. Hacía sonar el cuello de la botella como una trompeta cualquiera y con la tambora seguía el ritmo para tocar su propio merengue para alegría del hacendado rico, de su hija y del nuero asombrado. Había, allí, otras gentes que la memoria no atrapó.

Otro individuo dice terminó armando su propia celebración y que nunca logró agotarla en intimidad. La intimidad se rompía ese 24, desde temprano, porque llovían los saludos del vecindario. Y llegaban visitas temprano a beber sin pagar. Y mientras contaban historias, cada quien, por su lado, caía la medianoche. Los niños se habían dormido jartos de confetis y refrescos de botellas de todos los colores. Y al rato, amanecía el 25.

Alguien también dijo que no celebrará nochebuena, jamás. Porque no quiere sufrir la añoranza de no tener la compañía de su vieja madre, cocinando la carne de marrano asado con arroz y guandules. Y cuando, ya más vieja, comiendo con la frugalidad que le permitía la edad. Y así, estaba envuelta en las miradas adormecidas de los nietos y de la nuera. Así, no había tiempo para esperar el 25. Como no lo hay, ahora, cuando la ausencia de la vieja despoja a todos del necesario proteccionismo. No hay nada que celebrar.

El mundo entero, en esta noche lóbrega está contando las ausencias de los que no están, pero que antes estaban. Se los llevó el cambio de los tiempos y las incógnitas presentes.

Eso, por allá, porque en República Dominicana, tierra habitada por gente rara que lo celebra todo y no se cuenta numéricamente nada, todo sigue igual. A pesar de los tormentos que otros pretenden que desaparezcan, porque existen, de verdad, cuando llega la media noche todos creen tener permiso sin necesitarlo para cruzar calles con los bolsillos llenos de limosnas. Y el temor del contagio universal y la muerte en consecuencia sobre sus cabezas. A estos los sorprende el 25, siempre andando y desandando calles, dislocados por la juma alcohólica. Y no recuerdan ya, ninguna celebración. De nochebuena ni de Navidad alguna.

El cambio de tiempo no alcanza a dejar un espacio para la felicidad completa que sale en exclamación envuelta en la voz de cada quien que así cree debe de hacerlo.

Lo cierto es que el 24 no hay que celebrar nada. Porque siendo fiesta religiosa, es el 25, cuando ya se sabe que la creencia enseña que en esa fecha ya está vivo Jesús, la figura histórica y real. No tan real como la historia sagrada que dice que ese Jesús fue enviado para reivindicar a todos de la mancha del pecado de desobediencia.

Real es que Jesús, esa figura humana, fue asesinado por los políticos y ricos que temían a las creencias ancestrales. Jesús Murió en una cruz, en medio de dos cruces tensadas por dos ladrones, dicen que uno bueno y otro malo. Y Jesús, sólo dispuso de tres días para dar a conocer que no estaba muerto. Y que todos vieran cuando se marchaba envuelto en nubes, de regreso a los brazos de quien lo había enviado: su Padre. El que nunca muere y quien lo ve todo, todo.

La celebración, entonces, procede el día 25, día de Navidad.

Celébrelo como quiera. Con música de pico de botella rota, sucia de romo. En la tertulia sin sentido. O, en medio de la añoranza por la ausencia de su vieja madre.

Dese esa libertad, aunque sea un día. Celebre y felicite, todo lo que quiera.

Salud.

 

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