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martes, abril 23, 2024

Juana

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Temprano en la mañana; poco antes de las 6:00 a.m., oía los primeros gorgoteos del agua golpeando aquella tinaja de barro de color marrón, que tenía un parche de cemento. Posiblemente sufrió una avería de la que yo no fui testigo.

Mientras yo trataba de desperezarme, el agua, con más energía sonaba como un chasquido.  Pero luego de aquella tarea, oía, todavía medio adormilado, como mi madre, Juana, conversaba con los vecinos mientras penetraba al interior de sus viviendas y procedía a vaciar en cualquier envase, el agua que llevaba en aquella lata de aceite de maní.

Desde nuestro humilde hogar, Juana, una mulata espigada de ágiles pasos, tenía que desplazarse hacia al sur, donde empieza la calle Barahona. En aquel lugar, con un declive empedrado, se agolpaba la gente, vasija en mano, para acopiar el vital líquido que brotaba de aquel ya casi oxidado tubo. Era casi llegando a La Fuente, hoy Josefa Brea, y próximo al puente Duarte.

Eran tiempos aciagos y de mucha miseria. Yo, en mi inmadurez de aquellos tiempos, no entendía el por qué Juana madrugaba para llenar de agua aquella tinaja. Estaba colocada al lado de una ventana de donde yo veía el ajetrear cotidiano los vecinos del patio, que era el mío, de aquella cuartería de la calle Barahona 18.

En esa época, de tierna adolescencia, no discernía sobre la misión cotidiana de aguatera de mí madre. No entendía las razones de cargar agua para el consumo de algunos de sus vecinos que, apenas asomaban de sus hogares, al despuntar la mañana.

Bien recuerdo, que siempre observaba los listones con miles de clavos; obra de su propietario, Hipólito Vizcaíno (don Polo). Siempre me pareció un trabajo extraordinario, el unir, a base de clavos, las divisiones de aquel piso de madera, en nuestras tres angostas habitaciones.

Fue más tarde, ya estudiando en la universidad, que comprendí como era que, pasando tanto avatares y Alfredito (Makikí), mi hermano mayor por parte de madre sin estar trabajando, la regularidad con que encontraba mi desayuno en aquella mesa. Cuando regresaba de corretear en la calle, Juana siempre me guardaba un bocado para mitigar el hambre.

 El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.

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