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viernes, marzo 29, 2024

Primero las personas

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Los países y sus organizaciones, entiéndase empresas, instituciones, sindicatos, gremios y colegios profesionales, cooperativas, partidos políticos, agencias públicas, universidades, asociaciones sin fines de lucro, etcétera, están sintiendo y sentirán los efectos derivados de la pandemia COVID-19.

El coronavirus ha cambiado los métodos para abordar y analizar las perspectivas y expectativas relativas al presente y futuro de las distintas dimensiones de la vida humana: las relaciones de producción, el vínculo familiar, social y laboral, así como el ritmo del crecimiento económico mundial, lo cual pone en riesgo la satisfacción de las necesidades básicas del ser humano.

No hay que olvidar que las organizaciones son una colectividad humana estructurada para llevar a cabo una misión específica mediante un uso racional de sus recursos ( Sam Black, 1995). En este orden, Mario Piedra Rodríguez ha dicho que: “Las organizaciones se desenvuelven en contextos sociales específicos que están integrados por personas. Y para su actividad requieren de la comprensión y conocimiento por parte de esas personas que, mediante su actitud y conducta, pueden facilitar o dificultar la consecución de los objetivos específicos de la organización”. Como se observa, hoy, mañana y siempre, el factor humano es lo que determina la sostenibilidad, la productividad y la existencia misma de las organizaciones.

Los líderes de los países y de las organizaciones que obvian poner a las personas en el centro de sus procesos y actividades, tienen menos posibilidad de sobrevivir en esta nueva realidad global, creada por el coronavirus. En la presente coyuntura, los contenidos de los relatos de las organizaciones tienen que enfocarse más en las necesidades del ciudadano/consumidor, y menos en el consumidor/ciudadano.  A lo largo del tiempo, organizaciones desalmadas y descorazonadas han mostrado mayores niveles de interés por las personas como consumidores cautivos y potenciales, que como ciudadanos amenazados y aterrorizados por los efectos de una pandemia que les ha cambiado la forma de convivir, de trabajar, de relacionarse, de producir, de divertirse, de viajar, de comunicarse y hasta de planificar las expectativas de su presente y futuro.

En definitiva, el coronavirus lo ha cambiado todo. Es lamentable que haya tenido que surgir una pandemia de la magnitud e impacto como la actual, para que los defensores del capitalismo rentista y salvaje entendiesen que el progreso no sirve para nada cuando no tiene el factor humano como prioridad. En sus diferentes entornos (social, económico, político, académico, científico, corporativo, etc.),  el liderazgo nacional, regional y mundial está compelido a buscar métodos alternos para recuperar la normalidad de la vida humana en todas sus dimensiones. Los efectos del coronavirus han impuesto limites adversos a las condiciones naturales de la vida humana.

Hoy, los paradigmas que ayer se usaban como medios eficaces para analizar y satisfacer las expectativas y aspiraciones de los clientes y consumidores, han cambiado con los efectos primarios y secundarios del COVID.19. Hay que decirlo, en la actualidad, los sentimientos, emociones y deseos de las personas no se pueden seguir abordando de la misma manera como se hacía antes de los efectos individuales y colectivos provocados por la crisis sanitaria global. Todo cuanto piensen, decidan, hagan y digan los que tienen la compleja responsabilidad de liderar el presente y futuro de los países y de sus respetivas organizaciones, nunca deberán obviar las dimensiones psicológica, sociológica y espiritual de las personas. Hay que reiterarlo,  el factor humano tiene que estar siempre en el centro de las decisiones y actuaciones trascendentales. Los líderes políticos, empresariales, laborales, gremiales, académicos, religiosos, etcétera, no pueden continuar con la mala práctica de usar a las personas como instrumento o conejillo de Indias para alcanzar determinados logros particulares. Las personas son mucho más que consumidores compulsivos de bienes y servicios.

La pandemia COVID-19 ha enseñado a muchos poderosos de la política y el dinero, a entender que las personas valen más que todo el dinero junto. Es decir, el factor humano es el eje sobre el cual gira el universo. Dentro de este marco, las relaciones de producción, los vínculos laborales, el proceso de comercialización de los productos y servicios, los esfuerzos de marketing, la comunicación institucional, las acciones de responsabilidad social, entre otros aspectos, tienen que pensarse y realizarse, en primer lugar, desde los intereses de las personas como ciudadanos/clientes, y en un segundo plano, como consumidores/clientes/ciudadanos.

Ante la nueva realidad que se ha creado con los efectos negativos provenientes de la crisis sanitaria, los lideres tienen el desafío por delante de crear organizaciones con alma, que quieran y respeten a las personas, sin importar el lugar, el momento y las circunstancias.

 

Las entidades con alma y corazón creen en los elogios y en los reconocimientos como mecanismos psicológicos para motivar, valorar y celebrar los logros y esfuerzos de las personas. El talento humano que colabora y se relaciona con organizaciones con alma es más productivo, más creativo, más comprometido, más alegre y menos proclive a sufrir enfermedades provenientes del estrés laboral.

Entender el estado emocional que actualmente manifiestan las personas, podría convertirse en un factor de alto valor agregado para la sostenibilidad, la rentabilidad, la productividad y el capital relacional de las organizaciones.

Dicho de otro modo, las organizaciones con alma dan prioridad a los aspectos existenciales de sus colaboradores internos y externos. Creen en la libertad humana y la promueven continuamente. Lo más importante para las empresas e instituciones que aman y respetan a las personas, es lograr o facilitar el bienestar individual y colectivo de cada uno de sus colaboradores y relacionados. Hoy más que ayer, se necesitan muchas organizaciones con alma sana, pura y noble, donde los logros tangibles e intangibles alcanzados por las personas sean valorados y recompensados, con mucha sinceridad y autenticidad.

 

 

 

 

 

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