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viernes, abril 26, 2024

Los imperios sobre la sangre de Haití

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Ese desastre total que se ha desatado desde siempre en Haití, esa pobre nación, la más pobre entre las pobres, hay que entenderlo. Conociendo un poco de su historia es posible entender a los haitianos. Y sabremos que triunfarán.

Porque Haití se parece tanto a nosotros, la República Dominicana, con más razón merece el esfuerzo de tratar de entenderlo.

La “gran nación” del Norte, Estados Unidos de Norteamérica y su autosuficiente Departamento de Estado debería de entenderlo. Pero no se lo pidamos.

Los imperios históricos, conquistadores y colonizadores tienen todos en sus archivos, todavía no raídos, cómo la indolencia del expolio europeo, los robos y los crímenes exterminadores de razas con los que impusieron “descubrimientos”, conquistas y coloniajes, saben muy bien de todo eso.

 

La compra y venta, las relaciones de salvajismo con las que desarraigaron de sus tierras a las multitudes tribales de Africa y sus confines, traídos con narigones y briales para someterlos en nombre de la sed maldita de oro y riquezas ajenas, son el continente de la historia que no nos enseñan de los ancestros haitianos. Y que no nos vengan con plegarias y cristianismos de fariseos.

La historia de nuestro país es la misma de ellos, de los aborígenes, negros y mulatos montoneros, es el mismo origen de infortunios y mala suerte.

Es ridículo y produce náuseas que el Poder norteamericano quiera “dizque diálogo entre las partes”, en Haití. Es ridículo y sucio que esa jaula en que se anidan nuestros lacayos de mala madre que llaman Organización de Estados Americanos (OEA) pretenda ser consejera de Haití. No menos náuseas producen la intervención de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) acolchonada por burócratas y malandrines de toda laya. Dizque pidiendo cordura al pueblo haitiano. Dizque cordura.

Si a los haitianos los dejáramos que resuelvan el cúmulo de sus desgracias modernas como resolvieron sus desgracias enfrentando a sangre y fuego a sus antiguos colonizadores, es seguro que tendrían un éxito rotundo para vergüenza de todos esos grupos de hipócritas consejeros.

Pero no hay suerte. No hay suerte para un mundo en el que negreros ultramodernos, como supremacistas empedernidos, siguen empeñados en reivindicar como herencia las herejías de los imperios blancos.

El pueblo haitiano sabrá sacar fuerzas de sus debilidades y confiar en sí mismo. Y defenderse como siempre lo ha hecho. Contra viento y marea frente al mar de sinrazones y de injusticias que los mantiene aniquilados.

Pero no hay suerte, porque la suerte no existe. Lo que existe es la hidalguía de los pueblos, siempre capaces de generar en sus procesos los liderazgos merecidos. Aún a costa de ríos de sangre como les enseña su propia historia. Su lucha y su victoria será el nuevo ejemplo, como lo ha sido durante siempre, en Haití.

Ese es nuestro deseo, mientras pujamos por el hermano pueblo de Haití.

 

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