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viernes, abril 26, 2024

Existen las feromonas …

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Es una pregunta que tiene una respuesta afirmativa. Pero no parece que sea aplicable al ser humano, al menos en el sentido de que el olfato tenga selectividad en materia de hacer compatible dos personas de sexo diferente.

No parece funcionar, como en la física, la atracción entre positivo y negativo o algo parecido. Si hay alguna cosa en esta materia, entre los seres humanos, no ha habido demostración de ello.

Los artículos que he publicado en esta columna, como miembro del consejo de redacción de este periódico, he intentado basarlos en investigaciones.

Hoy, voy hacer del humor un recurso para, de paso, rendir por esta vía un homenaje póstumo al ingeniero Ramón Isidro Rodríguez, que ha muerto recientemente.

Corría el año 1952. Mi padre criaba cerdos y un día localiza una cerda en calor. En la vivienda de mi tía Calixta, su marido y los hijos varones cuidaban de una pequeña pocilga donde había un barraco.

Papá amarra la cerda por el cuello y me la entrega para que yo la lleve a ese encuentro amoroso que él había arreglado de antemano.

Lo que voy a relatar es la comprobación de que las feromonas sí existen en el caso de los mamíferos porcinos.

Yo tenía 11 años y por tanto incompetente para arrastrar un cerdo adulto arrastrándolo mediante una soga una distancia de 100 metros a un lugar que el animal no quiera ir.

Pero la instrucción de mi padre, era que llevara la cerda una distancia de no menos de 1200 metros y con cambio de direcciones de este oeste, y luego norte sur.

Las pezuñas de un cerdo adulto se pueden clavar al suelo de modo de hacer casi imposible impulsarlo en una dirección contraria a sus deseos, mucho menos para una larga distancia en manos de un niño de 11 años.

Ponderado esto, informo que cuando mi padre me entregó la cerda amarrada,  y ella sin el menor esfuerzo de mi parte tomó la dirección sur norte hacia la carretera Duarte -Santiago- Moca de aquel tiempo con una determinación como si fuera profesora de geografía.

Llegada a la vía, con la misma seguridad dobló hacia la izquierda, esta vez Este Oeste hasta llegar al camino hacia la sección Monte La Jagua desde Estancia Nueva a una distancia de unos 400 metros.

Sin confusión alguna ella iba delante de mí. Pasamos por frente a la vivienda de mi primo Juan Arístides Taveras, que fue un personaje importante del gobierno de Balaguer, pero sale aquí a relucir porque lo rememoro por tocar la guitarra y cantar y para que sirva de adorno a este relato romántico.

Siguió la cerda con su decisión de llegar al que su instinto la conducía, porque ella, como protagonista de esta historia, hacía innecesario mi rol, que me hizo ganar méritos ante mi padre, por la eficiencia de mi trabajo.

Ahora caminando Norte sur pasamos frente a la casa de un artista verdadero, Víctor Taveras, 20 años director musical de Freddy Beras Goico, y sigue la cerda no equivocando su destino.

Llegamos a la casa del ingeniero Ramón Isidro, que en ese entonces tenía 16 años y ahí ocurre el acto que hasta su muerte hace cinco días no le perdoné nunca.

Su esposa Delia me dijo que él se llevó a la tumba las razones por las cuales el impidió que yo presenciara el encuentro amoroso entre el verraco y la cerda.

Claro que esa diferencia la cultivamos Ramón Isidro y yo con humor toda la vida. Ambos comprendíamos las razones de que él impidiera que yo con 11 no descubriera como se fabrica una camada de cerditos.

Nueve años más tarde de mi entrega de esta fémina a los impulsos sexuales de ella y del verraco, Ramón Isidro y yo, compartimos una habitación como pensionados. El finalizando su carrera como ingeniero y yo iniciando la mía como economista.

Un día Ramón Isidro me dijo Gerardo, aunque sea un día hablemos en serio de algo. Ojalá se entienda que entre nosotros  siempre hubo profundidad en nuestras conversaciones, sobre todo porque Delia me está enviando tres libros de los publicados cuatro publicados por él, en mi ausencia de 35 años en el exterior.

Concluyo este relato al decir que el olor a macho fue que guio acertadamente la dirección precisa donde se encontraba su amante y no mi fuerza de arrastre y por tanto la prueba de que las feromonas existen. Quién sabe cuántos divorcios se evitarían si las feromonas guiaran nuestra selección de parejas …

 

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